miércoles, 8 de enero de 2014

Una de vampiros

 Es invierno, estamos a finales de Diciembre. El crepúsculo está en su momento culminante. En el cielo se mezclan el anaranjado color del Sol que está apunto de ocultarse con colores azulados y rosas de diversas tonalidades que embellecen en gran medida la escena. La figura de un pequeño pueblo recorta irregularmente el horizonte con las formas de casas y edificios con funciones políticas y religiosas. Un bosque rodea el pueblo. Los árboles, desnudos, se yerguen formando con sus delgadas ramas laberínticos entresijos que cuestan seguir con la mirada, y formas tan espeluznantes que habrían erizado los cabellos del más valeroso. Se mezclan, de manera caótica, los elementos más hermosos y los más terroríficos desde el punto de vista del ser humano.

 Cae la noche. Una sombra antropomorfa irrumpe en la oscuridad y se dispone a andar hacia el pueblo. Momentos después, dicho lugar está cubierto por un manto carmesí. En las callejuelas solo hay soledad y muerte. La figura, cuyo vestido está impregnado por el color rojo de la sangre, desaparece sin dejar rastro alguno.

 Leve brisa que se escapa entre los dedos al menor soplo de aire. Personificación del demonio, que habita en una majestuosa mansión en lo más profundo del infierno. Así es ella, se alimenta de la sangre de inocentes víctimas, causa el pánico allá donde sus pasos la dirigen, siendo considerada tanto como una amenaza como una divinidad demoníaca.

 Pelo negro como el azabache que forma cascadas de graciosos rizos alrededor de su rostro. Mediana estatura, pálida piel. Expresión fría como el hielo, ojos escarlata, inyectados en sangre. Rasgos finos, elegantes.

Lo último que perciben sus víctimas, el roce de su gélido aliento sobre el cuello: lo último que perciben cuando se dan cuenta de que su destino se decidió en el momento en el que se perdieron en los profundos ojos de la bella, y a la vez sedienta, criatura de la noche.

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 Todo esto lo descubrí en un periódico de la época. Nuestra historia comienza en Lemosín, Francia, en el siglo XVII, época en la que los descendientes de Hugo Capeto seguían luchando con el fin de unificar el país mediante continuas guerras y herencias dinásticas. Podría decirse que la monarquía alcanzó su mayor apogeo en este siglo. Por otra parte, un lúgubre trasfondo arropa la historia, ya que al horror de la guerra se le sumó una amenaza aún mayor. Afortunadamente, en esos momentos de angustia y confusión todavía quedaban algunas personas con el suficiente amor a la literatura y deseos de mostrar al mundo la verdad como para dejar plasmado en papel aquello que vivieron.

 Trabajaba en una investigación sobre criaturas míticas. Empecé a investigar a partir de escritos de la época que se conservaban en la Bibliothèque Nationale de la France. Todo el mundo de toma por loco, pero se que existen... los vampiros. Definidos como la compleja combinación de temores y creencias humanas, siempre han existido, y es lo que pretendo demostrar. Llegará el momento en el que los seres humanos sepan de su real existencia.

 Seguí investigando; me colé en varias sedes de contenido histórico y en bibliotecas. Fotocopié y fotografié documentos. Entrevisté a mucha gente. A medida que pasaba el tiempo, mi familia y amigos se distanciaban cada vez más de mí, acusándome de locura. Yo, sin embargo, llevado por mi deseo de sacar a la luz la existencia de La Criatura, me consolaba con un futuro en el que no solo mis seres queridos, sino toda la humanidad, me creerían. 

 Escribo estas palabras recostado en el sillón de mi pequeño y desordenado despacho. Mis investigaciones me han llevado a creer que la criatura apareció por primera vez en un pueblo de la región mencionada con anterioridad.

 Visité el lugar para recopilar información. Después de una larga y poco provechosa estancia, lo único que conseguí fueron las mofas y burlas de sus habitantes. Me dijeron que todo lo que investigaba no eran más que patrañas.

 Desilusionado, me dispuse a emprender el viaje de vuelta, cuando de repente una anciana me paró en un camino a las afueras de la región. La mujer era de estatura pequeña y tenía el pelo canoso, pero poseía una apariencia enérgica y joven, quizá porque creció en un pueblecito en medio de la naturaleza. Me miró con unos ojos decididos y fuertes, aunque con una tez que reflejaba, según me pareció, miedo. Con gran seriedad, pronunció las siguientes palabras.

 "Olvídate de lo que buscas. Lo último que ella desea es que la descubras frente a la sociedad"

 Quise hacerle preguntas, pedirle que me explicara sus palabras, pero me ignoró y se adentró en el bosque, desapareciendo de mi vista.

 Yo me quedé de pie, en medio del estrecho sendere que atravesaba el bosque, cuyos árboles, cubiertos de nieve, guían sin florecer, a pesar de que la primavera se acercaba velozmente. Perdido en mis pensamientos, el tiempo dejó de pasar para mí. Cuando quise darme cuenta, era de noche. Con nerviosismo, miré a mi alrededor. Los árboles describían singulares formas parecidas a demonios, y sentí una mirada. Miré en dirección al pueblo. La oscuridad que me envolvía era tal que no se distinguía ninguna forma. Empecé a sopesar opciones, y decidí que lo mejor sería volver al pueblo y pasar una noche más en una posada.

 Sin pensarlo más seguí el sendero. Tuve que andar mucho para darme cuenta de que el pueblo parecía haber desaparecido. Viendo lo improbable de la desaparición de un poblado entero, me vi obligado a razonar que me había perdido confundido con la completa oscuridad con la que gobernaba la noche. Nervioso, empecé a pedir auxilio.

 Fue entonces cuando escuché la voz en mi cabeza, susurrando palabras ininteligibles que parecían ser francesas. Esta voz femenina siguió hablando con tono amenazador. Risas. Frases calmadas con tono dulce que según pude comprender me instigaban a seguir adentrándome en el bosque. Seguidamente, me dí cuenta de que unos murciélagos me observaban. La voz aumentó su volumen, los murciélagos empezaron a chillar, se escucharon aullidos de lobos en la lejanía. Me tapé los oídos, empecé a gritar. Alguien o algo me agarró el cuello, imposibilitándome el movimiento. El corazón me latía muy rápido y no podía pensar en nada. Un manto de locura empezó a envolverme. Dejé de ver, todo era oscuridad. No había luz, salida, esperanza.

 A la mañana siguiente, me desperté tirado en una cuneta, perdido. Tenía la camisa manchada de sangre. Comprobé, no sin dolor, que la sangre procedía de mi brazo derecho. Cuando me fijé mejor, me di cuenta de que lo de mi ropa no era una simple mancha, había algo escrito: "Ne recherche plus"

 Todo aquello fue demasiado para mí. Dejé mis investigaciones.

 Ahora continuo con mi antiguo trabajo. Soy historiador. Siempre me vi atraído por la historia de Francia. En ella se han conseguido las mayores victorias que se hayan querido conseguir para el avance de la moral y la ética del ser humano, pero también en ella se han llevado a cabo sangrientos crímenes que se llevaron la vida de millones de personas inocentes.

 Una de las épocas más horribles, en la cual mares de sangre inundaron las calles francesas fue "El Terror", liderado por Marat, Robespierre y Danton. El único que permaneció con vida fue Robespierre, que llevado por el ansia de poder y la codicia, acabó incluso con las vidas de sus compañeros. Si hay alguien parecido a una criatura como los vampiros, pienso que él sería un ejemplo. Y... pensándolo con detenimiento quizá...


 Han pasado varios días desde que no escribo en estos folios. Las hojas están arrugadas y rotas, algo amarillas además, no sé por qué las conservo; será que mi gran admiración hacia al novela de Stoker me ha llevado a imitar a sus protagonistas. También me ayudan a calmar la ansiedad que siento en estos momentos escribiendo en ellos.

 He hecho grandes averiguaciones. Pero tengo un sentimiento en lo más profundo de mi pecho que me lleva a creer que no me escuchará nadie. Aún así, nadie podrá decir nunca que este hombre se rindió, que no luchó por conseguir lo que anhelaba. Grandes avances acontecerían si pudiera demostrar mi teoría, aunque últimamente estoy comenzando a dudar de mi propia cordura.

 Maximilian Robespierre. Un ser humano con un alma en un principio justiciera que, consumida por el deseo de poder y fuerza, llegó a adquirir la forma de un alma parecida a la de un demonio. Sin embargo, ¿era su verdadera naturaleza? ¿O estaba siendo controlado entre las sombras? La criatura nació un siglo antes que él, por lo tanto es posible que lo conociera, probablemente en Arres, ciudad natal de Robespierre...

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Alguien se pasea por el gran salón del ayuntamiento de París. Las cortinas están cerradas, y la estancia permanece oscura. Solamente la luz procedente de una pequeña lámpara de aceite permite ver una nerviosa figura. En mitad de la habitación hay una mesa con una cubertería de café. En las tazas hay grabadas inscripciones en oro. Unos majestuosos sillones se disponen alrededor de la mesa. El salón, aunque pobremente amueblado con el mobiliario descrito, es una estancia digna de un rey. Sentada en uno de los sillones, con las piernas cruzadas y sosteniendo una taza de café. una sombra permanece quieta, La primera persona se acerca a la que está sentada con pasos rápidos. Esta última se dirige a su acompañante.

"Maximilian"
"¿Sí?"
"¿Hiciste lo que te mandé?"

 Robespierre guarda silencio. Nerviosamente, se pasa la mano por la frente, cubierta de sudor frío. Da unos pasos. Carraspea.

"Sí"
"Magnífico"

 La persona sentada se levanta y permanece de pie delante de Robespierre. Es una muchacha de unos veinte años. Sonríe de manera que pueden contemplarse sus delgados y puntiagudos caninos. Acaricia el rostro del hombre, deformado por una mueca de terror. Robespierre coge la pistola que llevaba al cinto con manos temblorosas, y se apunta a la cabeza. La chica pone expresión de desilusión. Seguidamente, chasquea los dedos y desaparece, dejándolo solo. Él, con la mirada perdida, aprieta el gatillo, cayendo desplomado sobre la alfombra al instante, encharcando el suelo de sangre. Momentos después, una banda de hombres irrumpe en la habitación, lo cogen y se lo llevan aún con cierto atisbo de vida. Lo ataron y golpearon, fue tratado con desprecio, justo como merecen los hombres que han hecho cosas tan horribles como él. Pero lo que no sabía el pueblo francés es que tanta maldad no cabe en el alma de una sola persona.

 Robespierre conoció a la criatura, fue cautivado por ella, y seguidamente fue manipulado. Su vida estuvo manchada de sangre y sufrimiento, contando con las muertes horribles de habitantes de Francia y sus propios compañeros. Pero lo peor es que él no tenía conciencia de sí mismo. Hizo la función de una marioneta sin vida ni capacidad de pensar controlada por un titiritero sin sentimientos ni compasión hacia su juguete.

Llegó el momento. Serían las seis de la tarde cuando tumbaron a Robespierre en la guillotina. Actuaba sin vida, se dejaba arrastrar y maltratar. Cuando se dio cuenta de la situación en la que se encontraba, empezó a gritar rogando que le perdonaran por lo que fuera que hubiese hecho. Los gritos atravesaban el aire como cuchillas. Se escuchaban con total claridad por toda la plaza en la que pasaría sus últimos momentos. La masa de gente permanecía callada, la sangre se le helaba en las venas a las personas que presenciaban este momento.

 Finalmente, Robespierre calló. Parecía que sus ojos iban a salirse de su órbita natural. El último sonido que percibió en vida fue el de la hoja de la guillotina cortando el aire. Al recoger el cuerpo del hombre, a muchos les sorprendió la expresión melancólica de su rostro.

 Pero Robespierre ya no importaba, era solo una muerte más. Lo principal es que El Terror había finalizado. El pueblo francés era relativamente libre.

 Empieza a llover, la gente vuelve a sus viviendas. Una figura que se protege de la lluvia con un paraguas se pasea por la plaza donde ha tenido lugar el acontecimiento. Sube al escenario en el que descansa, aún machada de sangre, la guillotina. Pasa los dedos por la cuchilla del mortal instrumento, deteniéndolos sobre una de las manchas, llenándolos de la carmesí sustancia. Se los lleva a la boca, y saborea el férreo sabor de la sangre. Sonríe. Baja del escenario y desaparece en las calles de París.

 "Robespierre, que iluso"

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 Documentos antiguos desvelan que Robespierre tenía extrañas heridas en el cuello el día que fue ejecutado junto a sus hombres.

 La criatura sigue vagando por las calles de Francia. Debo irme pronto hacia mi país de origen, tengo que huir; sabe que he descubierto muchas de sus acciones y no creo que le apetezca tomarse un té conmigo y perdonarme la vida. Después de todo, estoy seguro de que me regaló la vida en Lemosin para poder jugar conmigo durante más tiempo.

 Acabo de descubrir que se han bloqueado las salidas del pueblo en el que permanezco debido a las intensas nevadas que se han producido en los últimos días. Tendré que estar aquí como mínimo una noche más. Debo tranquilizarme y mantener la esperanza.

 A medida que pasa el tiempo, los horrores descubiertos y la tensión están haciendo que me vuelva loco.

 Solo estoy yo en la casa. Mi locura me está llevando a creer que hay alguien más conmigo. Se escuchan ruidos. Son pisadas que hacen crujir de una manera ruidosa las antiguas maderas que forman los suelos de mi vivienda. Intento apaciguar mis sentidos pensando en que no hay nadie y que es el viento el que cruelmente quiere asustarme.

 Aunque la demencia está empezando a poseerme, sigo escribiendo. Un frío sudor causado por el miedo me cae por la frente, tengo las manos frías, me cuesta escribir. Mi corazón late como nunca lo ha hecho. Se ha abierto la puerta. Su sonido me resulta parecido a como me imagino los sonidos de la destrucción provocada por los ángeles de la muerte en el fin del mundo. No me atrevo a girarme. Se oye una risa.